martes, 5 de febrero de 2008

Reflexiones a partir de un fibroma I

Gerardo Aguilar Tagle / Acapulco, Guerrero / Lunes 10 de septiembre de 2007
Casa de sus hijos, Gerardo y Alejandra Aguilar Sámano
Retiro Físico y Espiritual

14 de septiembre de 2007. Hace siete u ocho meses, es decir, a principios de este año, Gerardo María Mayela Aguilar Tagle empezó a sentirse mal. Acabadas las fiestas decembrinas, fue asaltado por dolores estomacales. Sin embargo, no hizo más que tratarlos con enojo e indiferencia: pensó que sus malestares eran producto de un simple recargamiento y que, como tales, podría controlarlos y anularlos a través de la automedicación, el ayuno, el agua y el descanso. Sus cercanos tampoco dimos mucha importancia a lo que sucedía, pues estamos acostumbrados a la hosquedad, el malhumor y las quejumbres de mi gemelo, cuyo umbral de dolor me recuerda aquel famoso Callejón del Beso que está en Guanajuato.

No era difícil ver en los gestos y en la conducta de Gerardo las expresiones del dolor que no se va, del dolor que nos anula, el dolor que nos avasalla y nos arrebata el gusto de la vida por la vida misma. ¡Pero no supimos adivinar en esos signos exteriores la gravedad de lo que sucedía dentro del cuerpo ahíto de mi hermano!

Pasaron las semanas y los meses, y -como sucede con todo aquello que es permanente (desde la belleza hasta la inmundicia)- los dolores de Gerardo se volvieron invisibles, inaudibles, inexistentes, a la vez que –oximorones de la vida- muy pero muy presentes.

En alguna parte escribí que la belleza constante se vuelve invisible. Algo semejante podemos decir del dolor crónico, animal mimético cuya inadvertida pero real presencia define nuestros sentimientos, nuestros pensamientos y nuestras ideas.

La discusión se centra en una pregunta: ¿Es dolor aquel dolor que deja de sentirse aunque no desaparezca?

Me duele, luego existo. Yo soy lo que me duele; pero he olvidado cuándo inició el dolor y no recuerdo otro estado; de hecho, no puedo afirmar que me duele (hacerlo, sería ahora tan extraño como decir que siento la ausencia de alas); por tanto, no sé si existo, no sé quién soy. En todo caso, repito, soy el dolor, un dolor que se duele de sí mismo y no reconoce sus bordes.

Ahora, después de la experiencia vivida con Gerardo, confirmo que el dolor (cualquier dolor) nos acota y nos guía, al punto de modificar todos y cada uno de nuestros proyectos, desde los más complejos hasta los más sencillos, desde los abiertamente épicos hasta los definitivamente inocuos.

En su más reciente artículo, el médico periodista y filósofo Arnoldo Krauss cita a Alphonse Daudet (1840-1897):

Dolor, has de serlo todo para mí.
Deja que encuentre en ti
todas esas tierras extranjeras
que no me dejarás que visite.
Sé mi filosofía, sé mi ciencia.


Inmediatamente, el mismo doctor Krauss transcribe las palabras de uno de sus pacientes:

Mis días utilizan el lenguaje del dolor.
Mi voz calla, llueve o reverdece de acuerdo al tono del dolor.
El azul del cielo y el gris de las lluvias no dependen de la fuerza de la naturaleza,
sino de la magnitud de mis dolencias.

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